martes, 24 de abril de 2012

Valentina llama a Alana


Mi teléfono sonó tarde en la noche. Estaba leyendo en la cama. Me había acostumbrado a tener a Ian a mi lado y ahora que él estaba de viaje, yo no podía conciliar el sueño.
Miré la pantalla de mi teléfono.
Era Valentina.
Tomando en cuenta la hora en Londres y calculando la hora en Puerto la Cruz, asumí que Valentina estaba saliendo de su oficina.
No me extraño esa llamada, nunca me extrañan las llamadas de Valentina. Porque no había manera que entendiera que los países tienen diferentes horarios y que Londres le llevaba 6 horas a Puerto La Cruz. Para ella la hora de Puerto la Cruz era la hora mundial.
Por mi no había problemas pero los ataques de ira de Pía cuando Valen la llamaba a las 9 a.m. de Puerto La Cruz, siendo las 6 a.m en Seattle.
Atendí la llamada.
—¡Valen! —No importaba lo inoportuna que fuera mi amiga, yo siempre estaba feliz de escucharla.
Pero esta vez no me respondió. Escuché risas. Mi amiga tenía un ataque de risa. No creía que se le hubiese escapado una llamada. Creía más bien que le había sucedido algo típico de ella y tenía un ataque de risa y decidió llamarme.
Solo yo entendía los chistes internos de Valentina.
—¡Valentina! —Insistí— ¡Cálmate! ¿Qué sucede?
Una vez que pudo controlar su risa, mi amiga pudo hablar.
—Si supieras lo que me pasó.
—Si no me dices…
—Es que… es que… —Continuó riendo.
Si había algo que tenía Valentina es que cuando tenía sus ataques de risa, tu te tenías que reír, sus carcajadas eran tan contagiosas como las de Agatha.
—¿Ahora qué hiciste? —A esas alturas yo también reía.
—¿Recuerdas cuando dije frente a Massimo mi frase célebre de “Nos estamos quedando durmiendo”? —Me dijo entre risas.
—Como olvidarlo.
—Hoy le hice una igual de buena —Otra vez comenzó a reír.
—Valentina, cálmate. Estás gastando toda tu cuenta de teléfono en reírte por el auricular.
—No importa —Me dijo riendo— Así me desahogo. Es que no sé si reírme de lo que dije o de la expresión de Massimo.
—¡Oh dios! Así sería… Cálmate y cuéntame.
—Estábamos viendo una casa que Massimo quiere comprar, una casa de playa. Para que cuando venga su familia se puedan quedar ahí —Dejé que hablara porque si la interrumpía, sabía que volvería el ataque de risa— La casa tiene una vista espectacular desde la sala se puede mirar todo el mar.
—¿Y qué tiene que ver eso con tu crisis de risa?
Volvió a reír por unos segundos y se calmó —Es que… cuando salí al balcón le dije a Massimo. “La paranoica aquí afuera es hermosa”.
Mi amiga explotó en risas… y yo detrás de ella.
Valentina era la reina de meter palabras en oraciones que no tienen absolutamente nada que ver. Y tenías que conocerla muy bien para saber lo que quería decir.
Valentina quiso decir “panorámica”.
Cuando se calmó continuó —Y Massimo salió corriendo al balcón y solo decía, “¿Qué paranoica hay aquí afuera?” yo comencé a reír sin parar y su cara tenía un signo de interrogación gigante.
Reí hasta que me dolió el estómago.
Imaginé al pobre de Massimo confundido esperando a ver a una loca paranoica en el balcón de la casa.
Las lágrimas salían de mis ojos. No podía parar de reír.
Mi amiga siguió hablando —Después que le expliqué me dijo con su mejor acento italiano “yo creo que aquí la única paranoica eres tú”.
Reí más fuerte y mi amiga me acompañó.
Esos eran los pequeños momentos que disfrutaba de mis amigas. No importaba cuan lejos nos encontráramos, siempre buscábamos la manera de estar unidas y de compartir esas bromas que a otras personas les parecerían estúpidas pero para nosotras eran los mejores chistes del mundo.
Me fui a la cama todavía riendo. Mis lágrimas caían por mis mejillas de solo imaginar la expresión de Massimo y recordar la risa de Valentina.
Fue la mejor forma de ir a la cama sola, extrañando a mi Dios de Hielo pero con una sonrisa en los labios.