Mi teléfono sonó tarde en la noche. Estaba leyendo en la
cama. Me había acostumbrado a tener a Ian a mi lado y ahora que él estaba de
viaje, yo no podía conciliar el sueño.
Miré la pantalla de mi teléfono.
Era Valentina.
Tomando en cuenta la hora en Londres y calculando la hora en
Puerto la Cruz, asumí que Valentina estaba saliendo de su oficina.
No me extraño esa llamada, nunca me extrañan las llamadas de
Valentina. Porque no había manera que entendiera que los países tienen
diferentes horarios y que Londres le llevaba 6 horas a Puerto La Cruz. Para
ella la hora de Puerto la Cruz era la hora mundial.
Por mi no había problemas pero los ataques de ira de Pía
cuando Valen la llamaba a las 9 a.m. de Puerto La Cruz, siendo las 6 a.m en
Seattle.
Atendí la llamada.
—¡Valen! —No importaba lo inoportuna que fuera mi amiga, yo
siempre estaba feliz de escucharla.
Pero esta vez no me respondió. Escuché risas. Mi amiga tenía
un ataque de risa. No creía que se le hubiese escapado una llamada. Creía más
bien que le había sucedido algo típico de ella y tenía un ataque de risa y
decidió llamarme.
Solo yo entendía los chistes internos de Valentina.
—¡Valentina! —Insistí— ¡Cálmate! ¿Qué sucede?
Una vez que pudo controlar su risa, mi amiga pudo hablar.
—Si supieras lo que me pasó.
—Si no me dices…
—Es que… es que… —Continuó riendo.
Si había algo que tenía Valentina es que cuando tenía sus
ataques de risa, tu te tenías que reír, sus carcajadas eran tan contagiosas
como las de Agatha.
—¿Ahora qué hiciste? —A esas alturas yo también reía.
—¿Recuerdas cuando dije frente a Massimo mi frase célebre de
“Nos estamos quedando durmiendo”? —Me dijo entre risas.
—Como olvidarlo.
—Hoy le hice una igual de buena —Otra vez comenzó a reír.
—Valentina, cálmate. Estás gastando toda tu cuenta de teléfono
en reírte por el auricular.
—No importa —Me dijo riendo— Así me desahogo. Es que no sé
si reírme de lo que dije o de la expresión de Massimo.
—¡Oh dios! Así sería… Cálmate y cuéntame.
—Estábamos viendo una casa que Massimo quiere comprar, una
casa de playa. Para que cuando venga su familia se puedan quedar ahí —Dejé que
hablara porque si la interrumpía, sabía que volvería el ataque de risa— La casa
tiene una vista espectacular desde la sala se puede mirar todo el mar.
—¿Y qué tiene que ver eso con tu crisis de risa?
Volvió a reír por unos segundos y se calmó —Es que… cuando
salí al balcón le dije a Massimo. “La paranoica aquí afuera es hermosa”.
Mi amiga explotó en risas… y yo detrás de ella.
Valentina era la reina de meter palabras en oraciones que no
tienen absolutamente nada que ver. Y tenías que conocerla muy bien para saber
lo que quería decir.
Valentina quiso decir “panorámica”.
Cuando se calmó continuó —Y Massimo salió corriendo al
balcón y solo decía, “¿Qué paranoica hay aquí afuera?” yo comencé a reír sin
parar y su cara tenía un signo de interrogación gigante.
Reí hasta que me dolió el estómago.
Imaginé al pobre de Massimo confundido esperando a ver a una
loca paranoica en el balcón de la casa.
Las lágrimas salían de mis ojos. No podía parar de reír.
Mi amiga siguió hablando —Después que le expliqué me dijo con
su mejor acento italiano “yo creo que aquí la única paranoica eres tú”.
Reí más fuerte y mi amiga me acompañó.
Esos eran los pequeños momentos que disfrutaba de mis
amigas. No importaba cuan lejos nos encontráramos, siempre buscábamos la manera
de estar unidas y de compartir esas bromas que a otras personas les parecerían
estúpidas pero para nosotras eran los mejores chistes del mundo.
Me fui a la cama todavía riendo. Mis lágrimas caían por mis
mejillas de solo imaginar la expresión de Massimo y recordar la risa de
Valentina.
Fue la mejor forma de ir a la cama sola, extrañando a mi
Dios de Hielo pero con una sonrisa en los labios.